¡Sed realistas, pedid lo imposible!
Pintada en muro de la Sorbona, Paris, mayo 1968
Teníamos el mundo entero en mente, con nosotros debía comenzar una nueva era…
Reinhard Kahl
¡Pistoletazo de salida! Dan comienzo las conmemoraciones de confeti y los rituales mediáticos de la (des)memoria: el 3 de mayo de 1968, hace exactamente 50 años, la dirección de Nanterre en Paris decide cerrar la universidad por las protestas de los estudiantes, a lo que éstos responden tomando la Sorbona. A las cuatro de la tarde entra la policía por primera vez en la historia de Francia y ordena el desalojo completo de las instalaciones, reteniendo a los cabecillas de la ocupación. ¿Fueron las batallas campales posteriores en la propia Sorbona y en el barrio latino, todo, como probablemente aparezca en los medios? ¿Fue Paris el epicentro de las revoluciones? Ah, pero… ¿hubo más? ¿Dónde? Y a todo esto, ¿qué mosca les había picado a esos jóvenes que lo tenían todo en plena Era Dorada de la economía mundial? ¿De qué se quejaban? En este artículo trato de aportar al lector 5 claves que le ayuden a entender lo que no fue sino la mayor revolución global (social, cultural y sí, también política) que ha tenido lugar en la historia.
1. 1968, el año-chicle y el eterno mito:
Comencemos con una pregunta que quizás parezca tonta pero que, en realidad, no lo es en absoluto: ¿Por qué 1968? ¿Qué hace tan especial ese año? La respuesta más sencilla es que nos apasiona comprimir todo en un numero fácil de (hacer) memorizar, que nos ayude a mitificar y, al mismo tiempo, a mistificar los acontecimientos, volviéndolos dóciles para su posterior manipulación ideológica, política, mediática o académica…
Un examen detenido de los diferentes movimientos que comienzan a alcanzar su masa crítica ya a mediados de los sesenta no puede hacer otra cosa que llevarnos a la conclusión, con Hobsbawm, de que 1968 “no fue ni principio ni fin de nada”[1] pero, al mismo tiempo, de que tanto el antes como el después perderían su sentido sin los acontecimientos del 68. Ni se trató de un acontecimiento puntual protagonizado únicamente por jóvenes, ni de un virus de veinticuatro horas, un repentino ataque de desbocadas hormonas adolescentes que finalizase nada más comenzar las vacaciones de verano, como pretende la “leyenda dorada post-sesentayochista” forjada en los años ochenta y noventa[2]. ¿Nos centramos solo en París, como suele hacerse por su especial intensidad y virulencia (y por su espectacularidad)? El tiempo se acorta; ¿Sólo en las revueltas estudiantiles? Aún más corto; ¿Incluimos el movimiento obrero, sin el cual el estudiantil no tendría sentido, como subraya el propio Cohn-Bendit, líder de las revueltas, al igual que otros muchos, como Sartre[3]?, La cosa comienza a alargarse; ¿Queremos incluir los primeros síntomas de concienciación en Berkeley y su extensión a mediados de los sesenta por todo Estados Unidos? ¿Y en Alemania, España, Italia, Bélgica, Japón, todas ellas anteriores a Paris, con fechas de arranque anteriores al 68 incluso? ¿Y Yugoslavia? ¿Y Checoslovaquia, Polonia, México… por nombrar sólo los focos de mayor magnitud? Pues se alarga aún más. Mucho, mucho más.
Solo advierto al lector de que esté siempre atento a este dato cuando lea o vea lo que sea sobre el 68, porque esta es siempre la puerta de entrada a un discurso concreto sobre lo que realmente sucedió y quienes fueron sus verdaderos protagonistas. Porque no dura lo mismo un pequeño resfriado que una gripe, una gripe que una moda pasajera, una moda pasajera que una rebelión y una rebelión que una revolución, ¿verdad? Pues de eso es precisamente de lo que se trata.
2.La generación Buddenbrook:
¿Recuerda el lector la teoría de las cinco etapas del crecimiento de Walt Rostow? No tendría nada de extraño que así fuese, dada su grandísima influencia no solo en el mundo intelectual, sino en las recetas económicas inspiradas en ella que tanto el FMI como el BM han impuesto a centenares de países a lo largo y ancho del mundo.
Lo que sí es extraño, por el contrario, es que nadie recuerde nunca que el propio Rostow no habló de cinco, sino de seis etapas y que para él la supuesta perfección a la que tarde o temprano debían llegar todas las sociedades, atribuida en los manuales de economía a la “sociedad de consumo”, la quinta, realmente se encontraría en una sexta que, aunque admite no saber exactamente en qué consistirá (el libro sale a la luz en el 59), intuye que supondrá un nuevo paso acorde con la dinámica de los Buddenbrooks, la famosa dinastía de la novela de Thomas Mann, en la que la gente comenzaría a olvidarse poco a poco de los valores sobre los que se había construido la sociedad de consumo, como el dinero (primera generación) o la obsesión por el estatus social (segunda) y se entregaría por fin al arte, la música, la realización personal, la espiritualidad… Eso fue precisamente lo que exigía la generación del 68. En los años 50 y 60, la llamada Era Dorada de la economía, el terrible y aparentemente inevitable ciclo de expansión-recesión, tan devastador entre guerras, se convirtió en una sucesión de leves oscilaciones gracias a las políticas económicas keynesianas y el surgimiento de los Estados de Bienestar. Era hora de dar el salto e ir más allá del consumismo y del individualismo idiota y autocomplaciente, era hora de crear una sociedad igualitaria y justa en la que poder vivir como seres humanos plenos y plantar cara, a través de la acción social y política colectiva, a un mundo que tras dos Guerras Mundiales parecía seguir empeñado, como lo sigue pareciendo hoy, en empujar a la humanidad definitivamente al abismo.
3.Masa crítica y principio esperanza:
Aunque todos los ingredientes de ese gran caldero de brujas que fueron los sesenta, el Movimiento de los Derechos Civiles, de Libertad de Expresión, el Movimiento Antibélico, los movimientos anticolonialistas y antiimperialistas, el descontento generalizado de los estudiantes por las estructuras universitarias rígidamente jerarquizadas, así como por un currículo universitario trasnochado y caduco; los nuevos estilos juveniles, siempre demonizados por la sociedad adulta… aunque todos esos movimientos, digo, conservasen en el 68 su identidad aislada, llegados a este punto terminan formando algo único trasformado por el crisol de una nueva generación que integra y crea, fusiona y hace bullir, aportando su propia energía, su inocencia y toda la fuerza de su optimismo.
Si hubo algo realmente “diferente” en 1968 no fue tanto el volumen que adquirieron las revueltas en el mundo entero, innegablemente algo sin precedentes en la historia, sino que ese volumen no quedase en un mero ascenso numérico, dando lugar a un salto cualitativo real con la formación de una masa crítica que permitiese creer que había llegado el momento en el que por fin, definitivamente, se ganarían muchas batallas atravesadas en la garganta de la historia, algo que simplemente YA estaba sucediendo y que nadie sería capaz de parar. Había llegado el momento, como gritaba el vocalista del grupo MC5 al comienzo de su canción Ramblin´Rose, en el que lo único que quedaba por hacer era que todos y cada uno se hiciesen la pregunta esencial: “¿voy a ser parte del problema o parte de la solución?”.
4.Poesía después de Auschwitz y utopía de demolición:
Theodor W. Adorno, filosóficamente la cabeza más potente de la Escuela de Frankfurt, llego a decir que escribir poesía después de Auschwitz era “una expresión de barbarie”. Con “poesía”, Adorno no se refería a la poesía como tal, claro está, sino a la “contemplación autosuficiente”, un sistema cultural entregado una vez más a hermosas florituras que sirviesen de coartada para disipar el horror cotidiano e hiciesen lo más soportable posible una realidad brutal.
La única cultura posible tras Auschwitz, tras Hiroshima, tras Nagasaki, tras 80 millones de muertos en dos Guerras Mundiales en menos de medio siglo, no podía seguir siendo una que cantase la majestuosidad del sauce cayendo sobre el rio manso, ni una cuya única preocupación, además de llenar caja, por descontado, fuera dejar pasar las horas muertas con absurdas historias en series de televisión de risas enlatadas (lo que más adelante Herbert Marcuse, el filósofo estrella de aquella generación, llamará “el carácter afirmativo de la cultura”[4]), sino una que enfrentase cara a cara todos aquellos monstruos, que tratase de entender qué y cómo se los había invocado y los exorcizase de una vez para siempre, proponiendo una salida, otro mundo posible.
La generación del 68 ofrecía, en este sentido, una utopía negativa, una cultura de demolición: “Cuando en el lugar de una cárcel se quiere construir una casa de viviendas”, contestaba Marcuse en un debate con los jóvenes revolucionarios en Berlín, “hay que empezar efectivamente por derribar la cárcel (…) No es necesario tener ya el plano exacto del edificio nuevo para empezar a derribarla”[5]. Los sesentayochistas lo hacían, además, en todos los frentes y a todos los niveles, lo que les diferenciará claramente de las generaciones posteriores, con marcos de protesta mucho más estrechos y de carácter más práctico. No deja de tener su gracia que, treinta años más tarde, en un debate con jóvenes líderes de revueltas estudiantiles post-sesentayochistas, no fuese Cohn-Bendit quien tratase de defender la idea de que en el 68 las protestas trascendían las pequeñas reivindicaciones prácticas sino que, a la inversa, sea él quien trate de consolar al resto dándoles argumentos para defender que ese tipo de reivindicaciones (“sin proyecto político, sin la mínima crítica a la sociedad”, se quejaba uno de los líderes estudiantiles allí presentes), también tenían un gran valor[6].
5.Una revolución malograda, una revolución pendiente:
“La revolución no será televisada”, cantaba convencido Gil Scott-Heron en 1970. Pobre ingenuo. La revolución fue televisada… y en horario de máxima audiencia, con modelos de blanquísimos dientes y unos abdominales perfectos que, de paso, anunciaban pasta dentífrica de brillantes colores, una nueva cuenta bancaria “joven” o unas zapatillas de deporte de lo más chic. ¿Sabías que Do it (sin el just) era un lema de los sesenta, tan significativo de aquel periodo que el líder de los Yippies, Jerry Rubin, tituló así la primera parte de su biografía, en la que relata el asalto a Wall Street para lanzar sacos llenos de billetes de dólar a los “cerdos” especuladores solo para ver como se volvían locos saltando para atraparlos? Gess Who´s Comming to Wall Street, tituló irónicamente algo más de una década después un artículo en el NYT contando su decisión de empezar a trabajar allí de Broker. La de vueltas que da la vida, oye…
Marx pensaba que el capitalismo terminaría cayendo por sus propias contradicciones internas. Nunca podría haber imaginado que su mayor fuerza radicaba en su increíble capacidad de adaptación… Be water, my friend. El capitalismo de consumo, uno de los mayores enemigos de la generación del 68, se adaptó, fagocitó y transformó a su propia lógica lemas, consignas y hasta ideas sesentayochistas, convenciendo a las siguientes generaciones de que ponerse una camiseta de 70 euros con la cara del Che, dejarse caídos unos pantalones de 150 o darle la vuelta a una gorra con visera de 50, era un auténtico acto revolucionario, algo que incluso algún intelectual trató de defender[7].
Esto explica, por ejemplo, algo tan paradójico como que, cuando se les pregunta a los jóvenes cómo se ven a sí mismos, las dos características que destacan en el Informe Jóvenes Españoles, ya desde finales del pasado siglo, sean “consumidores” (es decir, perfectamente adaptados tanto a los medios como a los fines de la sociedad consumista) y, al mismo tiempo, rebeldes… ¿imposible? En la sociedad consumista nada lo es.
¿Es ese el legado del 68? Rotundamente no. Ese fue y sigue siendo su antídoto. Su legado son muchos de los movimientos en los que actualmente se sigue luchando, contra viento y marea, por construir un mundo mejor, más equitativo, más justo, un mundo en el que ni sobre nadie ni nadie tenga que ser sacrificado como alimento para la supervivencia del resto. En este sentido, 1968 no solamente fue una gigantesca estación de llegada de los más variopintos movimientos sociales, sino también la estación de salida de nuevas sensibilidades, de nuevos intereses, conciencias e identidades: los nuevos movimientos antibelicistas, el feminismo, los movimientos LGTB, el ecologismo, los animalistas… y en no pocos de ellos, como demuestran las espectaculares concentraciones del #MeeToo a lo largo y ancho del planeta o la reciente marcha en Washington contra las armas, muchos jóvenes idealistas, como ya hicieran sus abuelos, siguen y seguirán estando en primera línea de lucha.
Lo importante es que la acción tuvo lugar, en un momento en el que todo el mundo lo creía impensable. Si tuvo lugar una vez, puede reproducirse.
Jean Paul Sartre, 1968
Autor: Juan M. González-Anleo
Biografía:
[1] Hobsbawn, E. (2009), Historia del siglo XX. Barcelona, Crítica. p. 228.
[2] Bensaid, D. (2008), mayo, sí (caso no archivado). En Garí, M.; Pastor, J. y Romero, M. (eds.), 1968 El mundo pudo cambiar de base (pp. 39-58). Madrid, Los libros de la Catarata, p. 51.
[3] Cohn-Bendit, D. (1968), El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo. México, Ed. Grijalbo, p. 13 y 14.; Sartre, J. P. (1968). El miedo a la revolución. Les communistes ont peur de la révolution. Buenos Aires, ed. Proteo 1970, p. 20-21.
[4] Marcuse, H. (1967). Acerca del carácter afirmativo de la cultura. Buenos Aires, Biblioteca libre.
[5] Marcuse, H. (1986). El final de la Utopía. Barcelona, ed. Planeta-Agostini, p. 108.
[6] Cohn-Bendit, D. (1999), Sé joven y cierra el pico. Madrid, Taller de Mario Muchnik, 2000. p. 28.
[7] De Certeau, M. (1984): “Making do: Uses and tactics” en Lee, Martyn (2000). Consumer Reader, Blackwell Publishers, Oxford, 2000, p. 162-174.