«En principio todos podemos ser creadores de algo extraordinario, pero depende de nosotros mismos explotar nuestra creatividad, materializar nuestras ideas, informarnos, educarnos, aprender y trabajar en comunidad» (Santiago Arango).
En el artículo “A vueltas con las etiquetas generacionales…”publicado con anterioridad en este mismo espacio, se argumentaba que el desarrollo de las redes sociales y de las nuevas formas de compartir (horizontales y en red) ha hecho que el estilo de vida de los jóvenes se esté asociando cada vez más a conceptos como la economía colaborativa, al cambio en la cultura de consumo más enfocada en el acceso a los servicios que en la propiedad y a una mayor conciencia medioambiental y de sostenibilidad. Estas tendencias de cambio son las que explican en buena parte, la gran aceptación entre los jóvenes del que se ha venido en denominar “movimiento maker”.
El movimiento maker es una extensión basada en la tecnología del Do-It-Yourself – DIY (hazlo tu mismo), una filosofía que emerge en EE.UU durante los años 50 y que remite a una forma de producción contracultural de origen underground, que hace que cualquier persona pueda producir, distribuir o promocionar un producto saltándose las reglas básicas de la sociedad capitalista.
Como explica Chris Anderson (una de las cabezas visibles del movimiento), lo que distingue a los fabricantes contemporáneos de los inventores y DIYers de otras épocas, es el increíble poder que les proporcionan las tecnologías modernas y una economía globalizada, tanto para conectarse y aprender como para la utilización de nuevos medios de producción y distribución.
Al igual que acontece con otro tipo de movimientos sociales, el maker se caracterizará por la horizontalidad y la acción colectiva para generar un cambio, ciertamente no existe una cohesión sólida entre sus miembros ni un compromiso férreo de militancia con una serie de principios y valores que podríamos observar en los movimientos sociales más tradicionales, pero sí una voluntad de alterar los patrones tradicionales de producción y consumo a través del aprendizaje colaborativo y la creación colectiva.
Aunque el movimiento se sustancia en el intercambio de conocimientos a través de internet, la imposibilidad de muchos usuarios de poder adquirir el material para la construcción de su prototipo o porque un grupo de makers comparte un interés común y quieren trabajar juntos en el mismo proyecto, provocó el surgimiento de los primeros talleres makers (Hackerspaces y Fab Labs), en los que diferentes personas, especialmente jóvenes, aúnan esfuerzos y recursos para trabajar juntos en el mismo proyecto. En este punto se pude decir que el movimiento maker habría transitado del Hazlo tú mismo al Hazlo con otros.
Los intereses comunes irán desde desarrollos en electrónica, robótica, impresión 3D y el empleo de máquinas CNC (Computer Numerical Control), al uso de herramientas clásicas como el trabajo de herrería, carpintería y las tradicionales artes y oficios. De los talleres maker pueden salir todo tipo de artículos y productos que se pueda imaginar, desde un brazo hidráulico a una pieza de video-arte.
El contacto social que se produce en estos laboratorios de fabricación permite a su vez desarrollar formulas de aprendizaje activo y colaborativo: Aprendiendo-Mientras-Hacemos. Como expone Martínez Torán (2016)[i], el origen del movimiento también se encuentra en lo que podemos denominar como “juego experimental”, ya que los makers son entusiastas que juegan (de forma seria) con las nuevas tecnologías para aprender cómo funcionan las cosas y poder desarrollar nuevos productos e ideas.
¿Qué pasa después? Pues pasa que toda esa información y conocimiento del que nos hemos servido y que hemos completado con nuestra experiencia, vuelve a ser compartido para ser aprovechado por otros. Lo que puede ser descrito como un círculo virtuoso de innovación alimentado continuamente por una inteligencia colectiva.
La cultura maker en el terreno de la educación …
La cultura maker ha llegado al ámbito de la innovación educativa y como señalan cada vez más expertos, parece que para quedarse.
Los entornos educativos que se inspiran en la cultura maker, se basan en el aprendizaje por proyectos aplicando los contenidos de diversas asignaturas presentes en el curriculum. Se trata de utilizar la tecnología como una herramienta pedagógica, no para que los alumnos terminen siendo todos informáticos, como apunta Susana Tesconi, sino para “que aprendan a vivir en un mundo en el que la tecnología forma parte del centro de la vida. Ya no vale darles fichas y que las memoricen, porque ahora la realidad es cambiante y la foto de hoy no sirve para mañana. Hay que enseñarles a buscar la información por ellos mismos y despertar su creatividad y su espíritu crítico”.
La propia Susanna Tesconi ha contribuido en el desarrollo del programa Aulab, con el Laboral, Centro de Arte y Producción Industrial (Asturias, España). Un programa que debe ser destacado por ser el primero en España que introduce la fabricación digital en el ámbito de la educación formal. En este caso las escuelas se acercan al Fab Lab para ver cómo pueden complementar su enseñanza con el uso de los equipamientos disponibles. De esta forma, los educadores pueden generar materiales didácticos para complementar sus asignaturas.
La fabricación digital y los métodos de aprendizaje basados en la cultura maker parecen ser una realidad que va penetrando lentamente en el espacio de la educación formal, una prueba de ello podemos encontrarla en la implantación en el currículo de la asignatura “Tecnología, programación y robótica” en los colegios de la Comunidad de Madrid. Para ayudar a los profesores a impartir esta nueva materia, la empresa BQ ha desarrollado un portal http://diwo.bq.com/ con experiencias prácticas y recursos didácticos, dirigidos igualmente a familias y educadores de muchos otros lugares que están interesados en incorporar la cultura maker en sus clases o en sus casas.
En el espacio de la educación no formal son también destacables las iniciativas que emplean la cultura maker para fomentar la participación e inclusión social de los jóvenes. Es el ejemplo en España del “Programa Breakers, fabrícate un nuevo mundo” de la Fundación Orange, donde jóvenes en situación de vulnerabilidad aprenden en entornos colaborativos técnicas de diseño, prototipado electrónico o fabricación digital, pero también otras competencias transversales como trabajo en equipo, comunicación, respecto, etc.
Podemos observar de igual manera la penetración de la cultura maker en otros países de Iberoamérica, como es el caso de México. A principios de 2017 un grupo de jóvenes, encabezados por Antonio Quirarte y Gustavo Merckel, pusieron en marcha el proyecto Los Hacedores, inaugurando el primer makerspace en Ciudad de México y un portal web (http://hacedores.com/ ) para difundir esta cultura en el país. Más concretamente en el ámbito de la educación, la organización Jacaranda Education ha venido impulsando este movimiento con diferentes acciones de colaboración, innovación y gestión pedagógica en escuelas secundarias técnicas de la Ciudad de México. En este sentido, en el marco del programa Tinker se realizan una serie de talleres prácticos y teóricos para profesores y estudiantes en Maker Education con un enfoque en la fabricación de escritorio (Impresión 3D).
Lo más interesante de la cultura maker es que permite aplicar su fórmula de aprendizaje sin que sea imprescindible una gran inversión en equipamientos tecnológicos. Es el ejemplo de la Escola do Projeto Âncora, en Cotia (São Paulo), donde un profesor después de ver a los alumnos desperdiciando agua como parte de una broma, decidió organizar su clase para investigar sobre la crisis hídrica de São Paulo. En ocho meses, habían creado un captador de agua de lluvia. A lo largo del proyecto, estudiaron conceptos de física, geografía hídrica, química, matemática e historia para entender la sequía.
Tal y como apunta la arquitecta Heloisa Neves, una de las referencias del movimiento en Brasil, el foco, no debe ponerse en las máquinas, sino en las personas. «La tecnología sólo facilita la creación. La cultura maker vuelve del revés lo que aprendemos en la escuela. Usted es el agente que causa».
Notas:
[i] Torán, M. M. (2006). ¿ Por qué tienen tanta aceptación los espacios maker entre los jóvenes?. Cuadernos de Investigación en Juventud,(1).