Miserials (I): Entre el paro y la precariedad laboral

«Esta es tu última oportunidad. Después ya no podrás echarte atrás. Tomas la pastilla azul, fin de la historia, despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja te quedarás en el país de las maravillas y yo te enseñaré hasta donde llega la madriguera de conejos» (Morfeo_Matrix).

«Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra» (Simone de Boauvoir).

Uno de los peores hábitos de los estudiantes es probablemente el corta-pega, no hay duda. No obstante, poco tienen algunos de sus profesores a veces que reprocharles si fueran totalmente honestos ya que es más que frecuente en el ámbito académico no fusilar textos completos sin más, pero sí ideas, conceptos y teorías acuñados y desarrollados empíricamente en contextos socioeconómicos diferentes al nuestro pero que se aplican sin demasiado pudor a nuestra realidad. Si la realidad no cabe en ese molde, como acusaba de hacer Aristóteles a los Pitagóricos, se la fuerza, se la recorta, se ignoran unos cuantos datos incómodos y… ale hop! milagrosamente todo termina encajando perfectamente. Eso es exactamente lo que ha sucedido con el concepto de Millennial.

Estrictamente hablando, el término solo hace referencia a una cohorte de jóvenes nacidos aproximadamente a partir de 1980 y (de nuevo aproximadamente) hasta 1990. Hay bastante controversia con fechas exactas y con la longitud de los periodos, pero ese no es el tema de este artículo. Sí lo es el hecho de que en torno a este concepto se han ido creando toda una serie de teorías y modelos sobre valores, actitudes, cambio ideológico, participación sociopolítica o formas de vida surgidos en países como EEUU, países nórdicos, Gran Bretaña, Francia o Alemania y que han dotado a este concepto de lo que en la terminología hegeliana se conoce como un Geist, un espíritu generacional. Y si bien es cierto que muchas de estas teorías han nacido en latitudes bien dispares, no lo es menos que quizás nuestro país no posea las condiciones idóneas para que agarren bien. Ni culturales, ni históricas, ni políticas ni, y sobre este último punto es sobre el que centraré este artículo y los dos próximos, estructurales. No hace falta ser marxista para darse cuenta de que la estructura socioeconómica si no determina radicalmente, sí influye, y mucho, en la cultura juvenil de un país, por muy inmersos que sus jóvenes se encuentren en una burbuja global, especialmente a través de las nuevas tecnologías de la comunicación.

¿Demasiado abstracto todo? Pondré un ejemplo que aclarará bastantes dudas sobre lo que estoy hablando: hace aproximadamente un mes me llamó un periodista de un diario nacional para hacer una entrevista sobre juventud. Venía con los deberes hechos y casi todas las preguntas las hacía sobre textos ya leídos. Tras pocos minutos hablando sobre si se podía o no hablar de una nueva generación (la “z”) me lanzó una pregunta que no apunté, pero básicamente era como sigue: “¿qué opinas sobre el mimo con el que las empresas tratan a sus trabajadores millennials, consintiéndoles de todo con tal de que se queden a trabajar con ellos? ¿Les están malcriando como antes hicieron sus padres?”

No le pregunté al periodista de dónde había sacado eso porque se me ocurrían dos o tres sitios (serios, no divulgativos) posibles, pero le expliqué que si ya para muchos países de nuestro entorno esa afirmación era algo exagerada, reduciéndose a algunas empresas pioneras y en campos laborales muy concretos, aplicarlo a España simplemente no tenía sentido. Bueno, la verdad es que si lo tiene y muy claro: la normalización de una situación que no tiene nada de normal, haciéndola encajar a la perfección en un cuadro general pintado con vivos colores de optimismo y esperanza: el de una recuperación económica y laboral casi milagrosa y el de un país en el que la crisis económica solo es un mal recuerdo del pasado.

¿Tomamos la pastilla roja?

 
Comencemos respondiendo a la pregunta del periodista: poco antes del 2013, cuando se supone que la crisis tocó fondo y comenzó el reflote y según un estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, el 48,6% de los jóvenes españoles aseguraban que aceptarían empleo en cualquier lugar, con sueldo bajo y “trabajando de lo que sea”. Pero eso era al final de una larga crisis, probablemente los datos no sean aplicables a la situación laboral actual. En el próximo Informe de la Fundación SM, Jóvenes Españoles 2016, hemos incluido una pregunta que permite hacerse una idea de lo que ha evolucionado ese pesimismo del 2013 sobre cómo, dónde y en qué se ven trabajando en el futuro. Recomiendo su lectura cuando salga a la luz a finales de septiembre, los resultados son más que interesantes. Pero hasta entonces, preguntémonos ¿ha cambiado mucho la situación laboral juvenil en los últimos años como para alentar el optimismo?

Para contestar a esta pregunta, lo primero que haremos será echar un vistazo al que probablemente es el estudio sobre la realidad socioeconómica española con más prestigio en nuestro país desde mediados de los años sesenta, el Informe Foessa. Destacamos algunas de las claves más significativas de sus dos últimos informes que acompañamos con otros indicadores de diferentes organismos:

  • Desde el comienzo de la crisis y hasta el momento, si bien ha existido una recuperación económica en los últimos años, esta solamente la han sentido las capas superiores de ingresos, produciéndose un fuerte aumento de la desigualdad, que en España “se ha caracterizado por la reducción de las rentas medias y el hundimiento de las de los más pobres”. A lo anterior, del informe del 2016, se añade un porcentaje muy revelador en el del 2017: el 70% de los hogares españoles no siente la recuperación económica. Según los últimos datos de Eurostat, elaborados con la Encuesta sobre condiciones de vida del INE, el 10% de la población con menos renta de España, que en 2008 tenía un 2,5% de la participación en la Renta total, perdió cinco décimas, mientras el 10% con mayor ganó siete.
  • La tasa de pobreza (2017) se incrementa hasta alcanzar el 22,3%. Los hogares que tienen dificultades para llegar a fin de mes pasan del 33,7% al 33,9%, manteniéndose la privación material severa en torno al 6,4%. Los hogares sin ingresos, un buen indicador complementario, aunque descendieron el último año un 9,8%, repuntan en el último trimestre del 2016 en más de 18.000, lo que nos coloca en una cifra de 648.300 hogares que no tienen ningún ingreso por salario o prestación pública. “Son datos”, escriben los autores del informe, “que nos ubican en un escenario de estancamiento o bajadas insuficientes para compensar las pérdidas del período de crisis”. Además, según el Focus on Spanish Society que publicó la Fundación de Cajas de ahorro en junio del 2017, más de 900.000 menores viven en hogares en los que ningún adulto trabaja, el doble que antes de la crisis, lo que pone en evidencia que el nivel de riesgo de pobreza para la población joven es bastante más alto que en aquel entonces. Esto último está muy relacionado con la siguiente conclusión del último informe Foessa de 2017:
  • Para la mitad de las familias la red de seguridad que tienen a día de hoy, es decir, su capacidad de ahorrar, el ahorro acumulado, la capacidad para hacer frente a una reforma necesaria, etc., es peor que en la situación pre-crisis. Si la experiencia a partir de 2008 demostró que gran parte de nuestra sociedad no tuvo capacidad ni apoyos suficientes para evitar las consecuencias de la crisis, la situación de partida de hoy es aún más precaria que la que teníamos entonces.

“Sabemos, concluyen los autores, “que el empleo es una herramienta fundamental en el proceso de integración social. Pero su debilidad, tanto cuantitativa como cualitativa, le está convirtiendo en una estrategia cada vez más relacionada con el sobrevivir y menos con el bienestar.”

Si todo lo anterior es la situación general en la que se enmarca la de los jóvenes, un colectivo precario ya de por si incluso en épocas de bonanza económica (¿recordáis el concepto despectivo de mileurista? Fue acuñado en el 2005, en plena burbuja de prosperidad económica), éste colectivo ha sufrido con especial fuerza las inclemencias de la crisis, siendo su situación actual absolutamente escandalosa… o por lo menos lo sería si el escándalo no se hubiese terminado por convertir en el pan nuestro de cada día y no nos hubiésemos acostumbrado a él:

  • Desde finales del 2012, cuando la tasa de paro juvenil en España estaba a punto de alcanzar ya el 50% de la población total de jóvenes, éste problema deja de ser exclusivo de nuestro país para saltar al centro del escenario de alarma europeo, algo menos acostumbrados al escándalo que nosotros. Si a finales de este año Bruselas pidió a los Estados que ofrecieran por ley un empleo a los jóvenes, declarando que el paro había alcanzado “niveles insoportables”, apenas un mes más tarde, Angela Merkel instaba a la UE a tomar medidas urgentes frente al paro juvenil en España. A su vez, Durão Barroso, calificaba la situación en España de “dramática emergencia social” y prometía colocar el problema en el centro de la agenda europea. Pese a ello, en 2014, según Eurostat, el paro juvenil pasa la barrera del 50%, siendo solamente superada por Grecia en paro y por Italia en paro de larga duración.
  • En el último informe de esta institución, de mayo del 2017, los datos indican que el paro para la población general es solamente superado, una vez más, por Grecia, y más concretamente el de los jóvenes, superior aún al 40%, (2,727 millones), con un 56% de contratos a tiempo parcial entre los que tienen trabajo, cuando la media europea ronda el 30%, casi 25 puntos por debajo de la española. Esta cifra se dispara, según la Encuesta de Población Activa (EPA), para el primer trimestre del 2017, hasta el 73% entre los jóvenes hasta los 25 años. Si, como ha afirmado repetidas veces László Andor, excomisario de Empleo y Asuntos Sociales europeo, “no podemos hablar del fin de la crisis mientras haya niveles tan altos de paro.” en el caso español y, en especial a causa de la situación concreta no solo de desempleo sino también de precariedad laboral juvenil, está más que claro que aún estamos bien inmersos en ella.

En los dos próximos artículos seguiremos profundizando en las condiciones socioeconómicas juveniles que hacen imposible trasladar el concepto de Millennial a los jóvenes españoles, analizando los salarios, la vivienda y la tasa de dependencia juvenil, en el siguiente y, en el último, la emigración juvenil, la natalidad y lo que se conoce como “suicidio demográfico” español. Hasta entonces, solo puedo decir lo que le dice Morfeo a Neo tras haber elegido la pastilla roja:

“Bienvenido al desierto de lo real.”

Autor: Juan María González-Anleo