Hemos creado una cultura que, por un lado, idolatra la juventud queriéndola hacer eterna, pero paradójicamente, hemos condenado a nuestros jóvenes a no tener un espacio de real inserción, ya que lentamente los hemos ido marginando de la vida pública obligándolos a emigrar o a mendigar por empleos que no existen o no les permiten proyectarse en un mañana. Hemos privilegiado la especulación en lugar de trabajos dignos y genuinos que les permitan ser protagonistas activos en la vida de nuestra sociedad.
Papa Francisco (Mensaje para el 2017, 31 dic 2016)
Cuando llegó, la muerte encontró a mi padre haciendo lo que había estado haciendo toda su vida: trabajando. Tenía 83 años y llevaba más de diez jubilado, pero cada mañana se levantaba temprano, subía las empinadísimas escaleras de su despacho y se zambullía en pilas y más pilas de libros, subrayando, apuntando comentarios en los márgenes y sacando ideas para un nuevo libro que había empezado a escribir, pero que sabía perfectamente que nunca llegaría a terminar. ¿Por qué lo hacía? ¿Por inercia? ¿Por distraer el pensamiento del final? Quizás algo de ambas, pero la razón fundamental era mucho más sencilla que todo eso para quienes le conocíamos: amaba su trabajo con locura.
“Una de las decisiones más difíciles de tomar para muchos jóvenes hoy” decía con frecuencia, “es la de elegir entre un trabajo que les realice y les convierta en personas plenas, condenándolos así quizás a una vida sin muchos lujos u otro vacío, mecánico y anodino que ni enriquezca su propia vida ni la de los demás, pero con el que puedan ganar bastante dinero”. Él pensaba que pertenecía a una de las últimas generaciones que había podido disfrutar del lujo de tener ambas cosas al mismo tiempo. Murió a comienzos del 2013, coincidiendo con el momento más bajo de una “crisis” que tanto él como la mayoría de los españoles pensábamos que era solo un gran bache, pero nunca que se aprovecharía como oportunidad de oro para convertir en crónica la dependencia y la miseria juvenil.
Los que escribimos a menudo terminamos desarrollando un sexto sentido capaz de flanquear las barreras temporales que nos separan de nuestros futuros lectores y leer sus pensamientos… y en este preciso momento puedo oír muchos exclamando: “¡Dios mío, que exageración!” Efectivamente, todo esto es descarnada y grotescamente exagerado, pero todo está ahí, en las cifras oficiales, españolas y europeas, solo hay que mirarlas de cerca, sin maquillaje y sin artificios (mediáticos, sobre todo).
Analicemos, en primer lugar, la vía de la “vocación”: la imposibilidad de encontrar un trabajo mínimamente digno en algo relacionado con los estudios cursados no es un problema ni mucho menos nuevo. España lleva arrastrándolo por lo menos desde la anterior crisis de 1991. Como comentamos en la anterior entrega de Miserials, ya antes del 2013 muchos jóvenes ya habían tirado la toalla en este sentido, con un 47% de ellos que llegaban a afirmar que aceptarían empleo en cualquier lugar, con sueldo bajo y “trabajando de lo que sea”.
Desde aquel momento, no obstante, y paralelamente a la mejoría de los índices macro y microeconómicos, las cifras de sobrecualificación han seguido aumentando hasta el presente año, en el que dejamos atrás a todos los demás países de la UE y nos convertimos, según Eurostat, en el país con mayor número de universitarios en trabajos sin cualificación, con cifras tan escandalosas como un 57% en el sector de la construcción, un 49% en la industria manufacturera, o un 71% en transporte y almacenamiento, llegando a doblar o incluso, en algunos casos concretos, hasta a triplicar la media europea. “España perdió la oportunidad de crear empleo de calidad en los años de bonanza”, sentenciaba El País en diciembre del 2008, nada más comenzar la crisis, en un artículo cuyo título probablemente pretendía sonar como una terrorífica amenaza pero que, visto en retrospectiva, más bien parece un arrebato de desbocado optimismo: “Mileuristas para siempre”.
El término mileurista fue acuñado a mediados del 2005 por Carolina Alguacil en una carta a ese mismo diario, obteniendo a partir de aquel momento muy buena acogida por tratarse de una forma muy expresiva de describir la frustrante situación que afectaba en aquellos años a casi un 60% de la población que ganaba menos de 1.100 euros brutos al mes. Más adelante, y tras ser consagrada por la escritora española Espido Freire, la expresión se convierte en etiqueta y, más allá de ésta, en sambenito juvenil, en auténtica expresión de escarnio generacional. Esto es fundamental para poder entender correctamente la situación actual: la expresión de mileurista como sinónimo de precariedad laboral, de mano de obra barata, de con ese sueldo no llegas y de vivirás con tus padres hasta que te mueras, surge en pleno milagro económico, cuando todas las burbujas patrias, desde la financiera hasta la del ladrillo, estaban hinchadas a reventar.
¡Que verde era mi valle!
Debieron de pensar muchos de aquellos jóvenes una vez se fue al garete lo poco que ya entonces tenían. A partir de la crisis, cuando ya simplemente tener un trabajo, de lo que fuese, se había convertido en un lujo, ser mileruista era visto por muchos como un privilegio reservado ya a los jubilados, cuya prestación contributiva media ya había descendido, en junio del 2014, por debajo de los 1000 euros. Se acuñó entonces para los jóvenes un nuevo término que, sin llegar a tener tanto éxito como el anterior, reflejaba con gran fidelidad la situación de aquellos privilegiados que tenían un trabajo: miseurista.
A mediados de noviembre de este mismo año, y con la mirada puesta en la Cumbre Social Europea, Caritas Europa lanza un informe en el que recoge los resultados de las encuestas realizadas por 17 organizaciones nacionales de Cáritas en sus respectivos países sobre pobreza juvenil. Las conclusiones del informe expuestas en rueda de prensa dejan poco margen para dobles interpretaciones:
- Las sociedades europeas han abandonado su compromiso con la cohesión social y están haciendo caso omiso a las generaciones más jóvenes.
- Por primera vez en décadas, estas generaciones tendrán menos oportunidades y estarán peor que sus padres, con empleos escasos, salarios bajos, condiciones paupérrimas de trabajo y deficiente acceso tanto a la protección social como a derechos básicos, en especial el de la vivienda.
- Los jóvenes padres solteros, especialmente las madres solteras, son identificados por el estudio como el grupo social más vulnerable y expuesto a la pobreza y la exclusión.
Llama la atención que, pese a contemplar la situación de 17 países de la UE, el estudio no cuente con datos de España, por lo que las conclusiones anteriores son generales para el conjunto de la UE, desde Alemania, Holanda y Reino Unido hasta Portugal, Italia, Grecia o Rumanía. Pero, ¿y España? ¿En qué medida serían aplicables las conclusiones anteriores a España? Trataré de ser lo más sistemático y claro que pueda en la exposición de los datos que nos permitan responder esta pregunta:
- Pese a la disminución del paro registrada por los últimos datos disponibles de la Seguridad Social a cierre del mes de agosto, puede constatarse que ésta se debe fundamentalmente a una fragmentación del trabajo de calidad, con una disminución de 300.000 contratos indefinidos desde el 2011 (constituyendo solamente el 5,6% de todos los contratos firmados en el último año), a favor de los de jornada parcial, 240.000 más que en aquel año, y los trabajos temporales (720.000 más), la mitad de ellos ligados a las campañas turísticas o trabajos eventuales de 40 horas. Se normaliza, por lo tanto, la precariedad laboral, que afecta ya a 6,16 millones de trabajadores, 6,42 si incluimos los aprendices y becarios con contrato de formación, la mayoría de ellos jóvenes.
- Esta pulverización del trabajo de calidad viene pareja a numerosos abusos y prácticas de explotación, como el que se hayan triplicado las horas extras realizadas en los trabajos de media jornada desde el 2008, la mayoría sin pagar, colocando a España a la cabeza de los países de la OCDE en este terreno, o el abuso de la figura del becario-titulado, algo en lo que solamente nos supera Eslovenia, no pudiendo cubrir el 70% de ellos sus necesidades básicas con lo que cobran.
- Los últimos datos de la EPA constatan una tendencia que ya era detectada con anterioridad, pero que se está normalizando en estos últimos años: los contratados temporales tienen salarios sustancialmente más bajos que los indefinidos. Así, por ejemplo, el 51% de los asalariados con contrato temporal percibió en el 2016 un salario inferior a 1.229 euros frente al 23% de los indefinidos. Además, según datos del Ministerio de Empleo, el 84% de los nuevos contratos firmados no contienen una cláusula de garantía sobre el poder adquisitivo de los sueldos que vincule un incremento acorde a la evolución de los precios.
- En el caso del trabajo autónomo, una salida desesperada que cada vez más jóvenes buscan como forma de escapar de todo lo anterior, la situación es o igual o incluso peor, encontrándose el 35% de ellos en riesgo de pobreza, según el Informe ESDE de la Comisión Europea, un porcentaje solo superado, dentro de la UE, por Rumanía.
- Todo esto nos lleva a que, según el informe Tendencias Mundiales del Trabajo Juvenil 2017 de la OIT, la tasa de pobreza laboral juvenil en España (es decir, con un nivel de ingresos inferior al 60% del ingreso medio) se sitúe en el 20%, frente a la media europea del 12,5%, y a la cabeza junto con Grecia de toda la UE.
¿Qué impacto ha tenido todo esto en las posibilidades de emancipación juvenil en España?
Es evidente que, por sí mismo, mucha, pero si a todo lo anterior le sumamos el retorno de los desorbitados precios de la vivienda a los que ya estábamos acostumbrados antes de la crisis, con un repunte del índice de precios de alquiler, ya en el 2016, del 16%, aún más. Si, según las recomendaciones del Consejo de la Juventud de España, el límite de ingresos que una persona joven debería dedicar a la vivienda es del 30%, el coste actual de acceso a la vivienda de una persona asalariada se estima cercano al 60% para el total de jóvenes de 16 a 29 años, algo superior al 80% de 16 a 24.
Como analicé con detalle en mi libro Generación Selfie, el problema del retraso de la emancipación juvenil no es nuevo en España pero, al igual que sucede en el caso de la sobrecualificación y pauperización salarial, la crisis ha permitido dar varios giros más de tuerca y, lo peor de todo, terminar de normalizar lo que en la mayoría de los países de nuestro entorno sería simple y llanamente inaceptable y escandaloso, descendiendo la tasa de población joven fuera del hogar de origen hasta el 8% en el caso de los jóvenes de 20 a 24 (la media europea está en el 30%) y hasta el 39% de 25 a 29 (con el 59% de media europea). Detrás nuestro, solamente Italia, Eslovaquia, Malta y Croacia.
Aunque todo lo anterior no da pie a ningún tipo de broma, se me hace realmente difícil evitar recordar un chiste gráfico de Chumy Chumez en un libro que rondaba por casa de mis padres y que leía de niño. En él, un hombre con smoking y chistera lanzaba desde un atril un enorme “¡LA ECONOMÍA…!”, mientras abajo un trabajador le dice a otro: «Está hablando de la econo-SUYA”.
Porque no es solamente que “la recuperación económica no esté llegando a los salarios”, como afirmaba apenas hace unos meses el presidente del BCE, Mario Draghi, o no por lo menos en el caso español, sino directamente que se está produciendo un enriquecimiento sistemático de las rentas más altas a costa de la pauperización de amplias capas de población, con los más jóvenes a la cabeza, habiéndonos convertido ya en el séptimo país de los 35 miembros de la OCDE en el que más ha crecido la desigualdad desde 2010 (https://goo.gl/vyLSos) (y, al mismo tiempo, de los que menos esfuerzos están invirtiendo en erradicarla https://goo.gl/mVmEsU).
La imagen final es desoladora: mientras el número de superricos no para de crecer en España (un 24% desde el comienzo de la recuperación económica), si al paro le sumamos la pauperización salarial y el miseurismo (y a pesar de quedarse a resguardo bajo el techo de sus progenitores), las personas jóvenes de 16 a 29 años se han convertido en España en el colectivo que mayor porcentaje arroja de riesgo de pobreza, con un 38%, por delante incluso de la infancia (32%) y de los mayores de 65 años (14%), según el VII Informe Anual sobre riesgo de Pobreza y exclusión social 2017.
Ahora ya sí podemos formularnos la pregunta que hemos dejado colgada antes, al hablar de las conclusiones del Informe de Cáritas Europa: ¿Y España? Si las anteriores conclusiones del Estudio se aplican al conjunto de la EU, ¿qué habría que decir en el caso español que, como acabamos de ver, encabeza todos y cada uno de los indicadores? ¿Qué decir, también, de las durísimas palabras del papa Francisco que abren este artículo? Dejo al lector responder por sí mismo a estas preguntas.
Por mi parte, yo solo os invito a leer la tercera y última entrega de Miserials, en la que abordare no las consecuencias que han de esperarse de todo esto en un futuro muy, muy lejano, sino las que ya se están dejando sentir: la huida de cientos de miles de jóvenes, en especial de los que pueden permitírselo, los más preparados (y los que más necesita el país para salir adelante), y la imposibilidad de tener hijos de los que se quedan aquí, en una España que ya desde hace mucho tiene una de las tasas de natalidad más bajas del mundo y que, por lo menos ya desde el año 2000, se rifa con Japón y Corea del Sur el dudoso honor de ser, en muy poco tiempo, el país más viejo del mundo.
Autor: Juan María González-Anleo